En aquella ciudad, las calles son estrechas y la calzada es de
piedra. No hay edificios grandes y las
casas, construidas casi al azar, son antiguas. Dentro de ellas han vivido todo
tipo de personas. La ciudad parece esconder siglos y siglos de secretos. Cada
uno de los ladrillos utilizados para su construcción parece esconder historias jamás
contadas. Las casas están pintadas con colores alegres y vivos. Sin embargo, nada
parece tener color ni vida en esta ciudad teñida de gris por la lluvia. Caminar
por estas calles da la sensación de pasear por una ciudad abandonada, a pesar
de las luces encendidas y el sonido de algunos pasos en los callejones oscuros.
Sólo se puede escuchar el sonido de la lluvia y, si se presta mucha atención, los pensamientos de la gente. Por los senderos
que hace siglos paseó la riqueza colonial, ahora pasan corrientes de agua que pretenden,
sin resultado, purificar las almas de los habitantes. En el centro de la
ciudad, en una casa azul y blanca, vive ahora aquella persona. Es verano aunque parece invierno. Hace días
que el cielo llora. Atravesando un corredor, decorado con más suciedad que plantas
tropicales, se puede llegar al apartamento cinco. Al entrar, uno se siente
pequeño. El techo bajo de toda la casa da la sensación de sentirse en una
jaula. Tras la cocina, de minúsculas dimensiones y tras una puerta de madera
antigua, entramos en la habitación. En las paredes pintadas de blanco, hay
manchas de humedad. También hay manchas de deseo incontrolado. Hay una ventana azul, una puerta gris, una
maleta vacía y una mente llena de dudas. Hay un par de ojos rojos, una piel
bronceada, veinte uñas sin cortar y un cabello sucio. Sucio como las paredes, como
el suelo, como el ser humano. Ni siquiera aquella planta, colocada
estratégicamente en una esquina, consigue renovar el aire sucio de aquel
cuarto. La casa es pequeña pero, no importa, sirve para ver una película, para
leer, para comer, para reír, para llorar, para sentirse bien, para sentirse mal,
para pensar, para no pensar, para soñar, para ser racional, para echar de menos
o para imaginar.
La pintura de la fachada de la casa esconde capas viejas que
nunca nadie observó detenidamente. Irónicamente, la personalidad de aquella
persona era igual. Sus amigos creen que es una persona valiente, decidida,
cuerda y fuerte. Realmente es una persona deseada y envidiada, para algunos,
incluso atractiva. Tiene un buen trabajo, una vida social más que envidiable y
un pasado lleno de historias, de viajes, de recuerdos y de momentos. Tiene una situación
económica estable. Tiene ropa, tiene un perfume, tiene amigos, tiene conocidos,
tiene fotos, tiene un teléfono de última generación, tiene una computadora
antigua y tiene una vida. También tiene miedo. Le gusta escuchar música en la
cama. Le gusta escribir en momentos de preocupación. Le gusta viajar en
compañía, le gusta viajar en solitario. No le gustan las injusticias, sin
embargo, no es una persona justa. No le gusta depender de nadie. Prefiere escribir
a hablar y prefiere sonreír a ser feliz. Le gustaría no tener instintos
animales. Le gustaría estar en otro lugar, teletransportarse. Le encantaría
volver a aquel lugar donde su vida dio un giro brutal. Le encantaría tocar aquel cuerpo que ahora
vive en su mente. Aquellos labios carnosos de herencia africana y aquellos ojos
verdes, procedentes de algún antepasado vikingo, cambiaron su vida para siempre.
Pensaba que tenía la vida que quería. Se equivocaba. Pensaba que era feliz. Se
equivocaba. No necesitaba nada y, de repente, pasó a necesitar a alguien. Si
tuviera que elegir entre lo carnal o lo espiritual, por primera vez en su corta
vida, elegiría la mente y no el cuerpo.
Si aquellas dos personas hubieran tenido la oportunidad de
estar juntas de nuevo durante solo un instante, se mirarían fijamente, se
abrazarían sin hablar y dejarían pasar el tiempo sin darse cuenta. Gastarían ese
tiempo en hacer fotografías mentales, oler sus pieles, acariciarse, saborear el
momento y gastar todo ese tiempo en estar juntos. Dejar de estar solos para
pasar a estar juntos… Desde que se separaron, estuvieron más unidos que nunca.
Se conocieron en la playa una noche de verano. Ambos
mintieron para liberarse de lo que ya tenían previsto. La finalidad de aquel
encuentro era puramente sexual. Hablaron durante horas, pasearon por la playa,
sintieron frío y, por primera vez en sus vidas, fueron capaces de ser sinceros
con otra persona. Se besaron como pidiendo permiso, como si supieran que al más
mínimo contacto entre sus labios, estarían obligados a conocerse. Miraron las
estrellas, después las nubes, después se besaron de nuevo y el frío de sus
cuerpos comenzó a desaparecer. La luna casi llena, dejó paso al sol. Las
personas que pasaban cerca de aquel coche de cristales empañados empezaron a
sentir curiosidad. Decidieron parar de conocerse. Al día siguiente hablaron.
Hablaron mucho. Era extraño sentir aquel tipo de dependencia por un desconocido
pero les gustaba. Se vieron dos días después para despedirse. Iba a ser un
encuentro fugaz, como el primero, de tan solo dos o tres horas. No fue así.
Durante la cena se miraron con deseo. Se hicieron preguntas serias y rieron.
Hablaron de música, de gastronomía y de viajes. Hablaron de sueños y, sin darse
cuenta, intentaron conocerse lo máximo posible antes de la despedida. Como si
estuvieran intentando aprovechar aquel momento de la mejor forma posible. Sintieron
más deseo que nunca. Fueron a pasear de nuevo a la playa. En un momento de
locura decidieron dormir juntos. Decidieron fundir sus cuerpos en gotas de
sudor. Decidieron, sin querer, complicar sus vidas. Se despidieron al día
siguiente, dejando en el cuerpo del otro una sensación de vacío más que
extraña.
Pasaron algunas horas y decidieron verse de nuevo. Un día
después, sus cuerpos se fundieron de nuevo en un abrazo cordial. Uno de ellos
dijo: “solo un día, mañana por la tarde me voy” y fue “mañana” durante cinco
días. El tiempo que pasaban juntos iba demasiado rápido, no era suficiente. Pasaron
su tiempo hablando, abrazados, acalorados y sudados pero estaban juntos.
Después de conocerse, parecía imposible separarlos. Anularon planes, desecharon
otras propuestas y decidieron aprovechar el momento. “Solo existe la decisión que
tomamos, lo que pudo llegar a pasar no existe”